La creación en criollo
Cuantas veces intentamos explicar o encontrar explicaciones sobre " La creación", tema que ha desvelado al ser humano desde siempre.
El Padre Mamerto Menapace nos la cuenta de un modo muy particular...
ACLARACIÓN: Imprescindible leer mientras te tomás unos mates
LA TIERRA - Adán y Eva
El Señor Dios amaso al hombre de tierra del campo y le soplo en las narices aliento de vida. Y el hombre despertó a la vida.
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En un lento amasar de milenios, un Dios rico de tiempo, había ido condensando gases y apagando fuegos; en un lento lamer de olas sobre las rocas había ido puliendo polvos y apilándolos en las costas. Dios había estado creando la tierra negra. Una tierra que crecía y maduraba hacia la capacidad de ser fértil y de acoger la vida. En su lento acariciar de siglos, el Señor Dios se había entretenido con ella, como quien deja jugar sus manos absorto detrás de otra idea.
Y en el lento enredarse y desenredarse entre los dedos de Dios, el Señor Dios iba conduciendo ese puñado de cristales haciéndolos crecer por dentro hasta las puertas del hombre. Dios jugando en las playas de los mares con el polvo de las rocas lijadas por las olas, pensaba ya en el hombre. Se entretenía con el; era el su alegría. Descendía con el hasta el fondo de los mares para comprobar el pulso de la vida que iba creciendo en el corazón de las algas. Andaba con el por las cornisas del firmamento fijándose que ese techo del mundo estuviera en orden para cuando el hombre llegara a la vida.. Y con el ya gateaba el horqueterío del universo acomodando y desacomodando estrellas, porque sabía que un día ese hombre las habría de mirar buscando rumbo en los mares después de las tormentas; en la soledad matrera de sus noches pampas; o gastando tiempo junto a sus majadas en las estepas. Y siempre pensando en el hombre, Dios venía arreando todas las cosas hacia quien sabe que destino cierto, que solo el conocía.
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Mientras tanto, en su lento trabajo de siglos, Dios seguía preparando la tierra negra Miles y miles de veces esa tierra subió en savia por las primaveras, se acuno a los vientos y retorno en otoños a dormir su sueño de tierra negra. ¿Cuantas veces el Señor Dios tomo entre sus dedos, entre los dedos de la vida, ese puñado de cristales, preparando el barro para acercarlo a su aliento? Y a su lado, bajo la mirada de Dios, la vida seguía trepando. Y el Señor Dios se alegraba con su niñez juguetona. En un mundo nuevo, bajo un sol amansado y un mar recién enjaulado, dejaba que la vida jugara. Y se alegraba Dios. Se alegraba con la vida niña de las cosas al verla reptar, gatear, trepar, saltar y volar. Y la miraba largo, siempre pensando en el hombre. Y ese puñado de tierra se iba ennegreciendo de a poco a medida que Dios lo iba amasando en su pasar por las hojas, por las sangres, por el barro. Y a medida que la vida subía, se diversificaba por las ramas de los seres. Silbaba, mugía o trinaba, imitando a su manera esa voz del Señor Dios que la había despertado en la mañana del mundo.
Y había atardeceres quietos y madrugadas rojas.
Los días se iban sucediendo. Y el mundo preñado de vida, se parecía a un campo después de la lluvia, cuando sube al cielo el griterío inmenso de todos los bichos con alma viviente.
Y respondiendo a ese inmenso canto de todos los bichos, al inmenso canto de la tierra, un atardecer, el sexto en el ciclo de los miles, Dios también habló. Tomó el puñado palpitante de tierra negra que desde siglos había venido amasando con cariño, y dijo: “hagamos al hombre. Hagámoslo igualito que nosotros para que gobierne y mande en todo esto que vive”. Y el Señor Dios, conteniendo el aliento, acerco ese puñado de tierra negra a sus labios. Y cuando el aliento de su beso rozo esa tierra abierta a la vida, esa tierra se estremeció de existencia.
Y el Señor Dios sintió en ese atardecer, que de entre el inmenso coro de los bichos que lo trataban de “Usted”, asomaba una voz chiquita y tímida, que trepada a las ramas de la conciencia le decía: “Tu”. Y el cariño del Dios padre se estremeció ante el balbuceo de esa voz chiquita, y sonrío. Y la ancha sonrisa del Señor Dios se derramó como marejada por toda la creación, y todos los bichos y las cosas
se sintieron iluminados por la Bendición del Señor Dios.
se sintieron iluminados por la Bendición del Señor Dios.
Y el hombre, puñado milenario de greda crecido a tierra negra con la vida trepada a la conciencia, empezó a crecer. Empezó a desear. Quiso conocer para dominar; y Dios lo apadrinó, arrimándole la tropilla de toda la animalada para que la contara y nombrara. Se sintió solo y quiso una mujer por compañera. Y Dios le construyó, le presento y le regalo a Eva, una compañera rica en vida. Y pensando en que regalo hacerles, miro toda su creación. y vio Dios que lo mas valioso era la vida. Y le regaló al hombre hecho de tierra, la vida Esa vida que había nacido entre las algas de los mares, y que Dios había venido llamando hasta el hombre, ahora se la regaló al hombre. La puso entre sus manos para que el la siguiera conduciendo en su crecer hasta ese destino cierto que sólo Dios conocía. El Señor Dios lo acompañaría en ese conducir la vida para adelante hasta su meta final. Desde ahora Dios le entregaría al hombre las riendas de la vida ya enfrenada. Y cada tardecita el Señor Dios venia a conversar con su amigo el hombre, para aconsejarlo y apadrinarlo en su tarea.
¡Tan bien como iban las cosas! ... ¿quién lo hubiera dicho? Bien dicen que entre los hombres lo bueno dura poco. Allí nadie quiso cargar con la culpa. Cada uno le echó la culpa al otro. Los viejos dicen que al hombre lo engañó el silbo de la víbora
“Oscuro lazo de niebla
lo pialó junto a aquel árbol.
¿Cómo jue que no lo vido
que fruta estaba mirando?”.
Lo cierto es que el hombre engañado por ese siniestro silbo de la noche, hizo pegar media vuelta a la tropilla de la vida, y agarro la senda de las tinieblas. Habrá sido, nomás, por la envidia de esa otra vida que solo sabía reptar, por lo que el hombre engatuzado equivocó la huella.
Y cuando ese atardecer el Señor Dios llamó al hombre, esperando ese “Tú” de amigo, se sintió respondido con un “Usted” nacido del miedo. Y fue así como el refucilo de la mirada de Dios encandilo al mundo. Todos los bichos guardaron su canto. Toda la creación presintió la tormenta de su ira, y cada bicho disparo para su agujero. Y así, como derrepente, la creación se encontró con que había entrado en la noche de la maldición.
Dios constato que el hombre hacia regresar la vida hacia la noche, hacia las algas, alejándola de el y de ese destino que solo el conocía. Y por causa del hombre, el Señor Dios maldijo la tierra del campo, maldijo el vientre de su compañera, maldijo sus manos cuando amasaran el pan. Y el chaparrón del dolor y de los porqués sin respuesta, y de la muerte, se descargo sobre la creación.
El hombre buscó una higuera para guarecer su desnudez y su desamparo, y para esperar... ¿por que no?... un aclarar.
Y entonces el Señor Dios, con el alma dolorida por el hombre, fue y le prendió allá muy lejos, sobre el naciente, el lucero de la esperanza.
Lecturas Complementarias:
Libro de la Sabiduría, cap. 2, vers. 21 a 24 (envidia del diablo); cap. 7, vers. 15 a 21 (Dios que enseña).
Libro de Job, cap. 38 y 39 (sabiduría de Dios en la creación).
Carta a los Colosenses, cap. 1, vers. 13 a 23 (la creación para Cristo).
Carta a los Romanos, cap. 5 al 7 (Adán, el pecado y Cristo).
Carta a los Efesios, cap. 1 (el plan de Dios).
Salmos 8; 18 (19); 103 (104) (reflexión poética. Himnos de creación).
Extraído del libro Un Dios Rico en tiempo - Mamerto Menapace - Ediciones Patria Grande
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